miércoles, 30 de marzo de 2011

La pequeña Liz meditaba cada uno de sus pasos, nada más dar la espalda a la entrada se encontró de frente con un camino que parecía interminable, aun así no dudó un instante en que debía caminar hacia delante.

Pasaron las horas, caminando por aquel hermoso paraje lleno de árboles y grandes champiñones que engañaban a la vista con sus extraños colores, en cuanto pasó la tercera hora se sintió exhausta y viendo que aun quedaba mucho por delante se sentó en una enorme seta azulada de manchas rojas y comenzó a canturrear mientras se quitaba las zapatillas.

El hongo era cómodo, el aire fresco parecía acariciar su rostro con la mayor dulzura posible, y el embriagador perfume de sus recuerdos edulcoraba el ambiente cual la mejor de las colonias.

Siguió allí tumbada mucho rato, hasta que le entró un hambre voraz, e incorporandose buscó alguna fruta en los arboles que pudiese complacerla.

Allí, en aquel abeto de hojas corintas, colgaban unas estupendas manzanas de un azul brillante, la pequeña, aunque algo extrañada por el cambio de colorido en tan pintoresco paisaje estaba demasiado hambrienta para pensarlo dos veces, y a base de tirar piedras con forma de piedras (si, la forma más encontrada) calló una de las mazanas.

Ella se acercó, la limpió en la manga y se la llevó a la boca, pero justo antes de morderla se fijó en que tenía algo grabado.

"Verano"

Ella no lo entendió hasta que dió el primer mordisco...con sabor a mar, sol, lujuria, pasión, desesperación, algo de aburrimiento y muchas risas.

Un escalofrío la recorrió, recogió sus cosas y prosiguió su camino, ahora llenando su estomago de ricos momentos con sabor a Verano.
La pequeña fue oliendo uno por uno cada recuerdo, todos ellos tenían un aroma distinto y único que la embriagaba acariciandola.
Algunos olían mal, a mentiras y corazones rotos, otros olían a risas y sexo, sintió la indecisión de llevarse un recuerdo más a parte del que ya tenía atado a su lazo púrpura, hasta que se le ocurrió una idea.

-Oh, ¡Ya se que hacer!- Sus ojos se alumbraron y sacó todos aquellos recuerdos que olían tan bien, apretandolos y mezclandolos hasta quedar una bola -Me llevo un conglomerado de momentos, un eterno recuerdo multifrutas...-

El hombre de la puerta se quedó asombrado unos instantes, jamás nadie había echo tal cosa, y dudaba de que fuese posible hasta que vio como en las manos de la pequeña se formaba una diminuta cuenta de color plata con forma de corazón y olor a felicidad.

-Está bien, eres libre de hacer con tus sentimientos y recuerdos lo que desees...ahora...Bienvenida a tu nuevo hogar...¿Cómo te llamas?-

Ella sonrió enormemente mientras se le alumbraban los ojos, colgó el corazón en su lazo púrpura y le miró.

-Mi nombre es Liz, ¿Y el tuyo?- Se recogió el pelo rojizo tras la oreja mientras elevaba la vista hasta el rostro del hombre que pareció sorprendido por la pregunta.

-Yo soy Leo, nunca antes me habian preguntado mi nombre...creí que lo olvidaría...- De repente el saco de los recuerdos se ensanchó y Liz miró dentro el nuevo recuerdo creado, ahí estaba el nombre de Leo, lo cogió y lo encajó en la cuenta de plata.

-Ahora eres parte de mi historia...Leo- Y sonriendo le dejó atrás, camino a lo desconocido.
Por fin la pequeña pudo acceder por el gran pórtico de la muralla, dentro parecía rodearla un clima perfecto con olor a melocotón.
A su cabeza llegaron imagenes de una larga pipa de agua, sus labios callendo suavemente en la boquilla, y más tarde expulsando el humo con sabor a sandía, los brazos morenos de él estrechandola...él...
¡A él no quería olvidarlo!
Miró la sonrisa que le acababan de dar a la entrada, le quitó el polvo y se la colocó sobre los labios, luego volvió la cabeza y miró al guardia.

-¡Espere! Hay algo que no quiero olvidar...¿podría devolvermelo?- Ella se abalanzó sobre aquel hombre y este la miró a los ojos fría mente.

-Elija bien, solo puede llevarse consigo dos recuerdos por si algún día quisiese regresar al mundo del que no hablamos...- Él le tendió una bolsa de cuero negro y ella la removió mirando todos sus recuerdos dentro.

-Sin duda uno de los recuerdos que deseo conservar es el de él...y el otro...-Y allí se quedó eligiendo recuerdos que más tarde ataría a su lazo púrpura, el que siempre iba acariciandole la muñeca.

Liz caminó hacia el castillo y al llegar a la puerta se detuvo a leer el cartel.

"Bienvenidos al Reino de lo Absurdo"

Ella sonrió, pero bastó un solo paso más para que apareciese -nadie sabe de donde- un enorme hombre decidido a cortarle el paso.
Liz elevó la vista y analizó cada detalle de aquel "muro andante", aquel hombre era puro músculo, su pelo negro y lacio caía sobre sus hombros y sus ojos oscuros parecían atravesarla.

-Lo siento señorita pero no se ha bañado usted antes de entrar...-Se cruzó de brazos y la escrutó con la mirada.

-¿Cómo dice?- Ella se sorprendió, y avergonzada se olfateó -Pero si me duché esta mañana...-

-No señorita...me refiero a que no se ha bañado en el lago- Y señaló al otro lado del castillo un pequeño charco -Son las leyes...debe mojar sus recuerdos para que se despeguen con mayor facilidad...-

Liz le miró extrañada y tan solo puso asentir y dirigirse al lago, no se sentía capacitada para placar a semejante monstruosidad y salir victoriosa.

Al llegar a la orilla encontró un cartel y lo leyó detenidamente:

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"INSTRUCCIONES DE USO"
··Porfavor bañese completamente, las vestimentas han de mojarse junto a su piel, aguante la respiración un minimo de 10 segundos bajo el agua, esto ayudará en la eficacia del baño.
Bienvenido a su nueva vida, recoja la sonrisa a la entrada del castillo.

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Lo miró un rato más intentando buscarle algún sentido, tras esto, y convencida de que buscarle sentido a algo en aquel lugar era imposible se sumergió en las aguas cristalinas.

Estaban heladas, pero siguió los pasos al pie de la letra y empezó a contar.
1...2...3......4.........5........
Junto con la falta de aire llegaron los recuerdos...llegó él, que nunca se había ido de su mente, sintió el lazo púrpura que le habia regalado apretandole la muñeca, aferrandose a su piel...y luego...nada.

Sacó la cabeza del agua, intentó recordar en que estaba pensando antes de la zambullida, pero su mente estaba en blanco.
Miró el lazo púrpura...pero no consigió enlazar aquel simbolo con nadie, no logró recordar su rostro...ni siquiera recordó que aun le echaba de menos, ni el rencor hacia las personas que la habian separado de él...nada.

Salió del lago, releyó el final del cartel, y empapada se dirigió hacia la puerta del reino...a recoger su polvorienta
sonrisa.
Lo siguiente que vió al desatar la venda y abrir los ojos fue la nada, todo era oscuridad, pero estaba segura de haber caido por unas largas escaleras.

Se puso en pie y acarició sus magulladuras, apenas se veía las manos, e insegura comenzó a caminar entre aquellas tinieblas.


Con los brazos delante, cual ciega, andubo horas sin rumbo sintiendose cada vez más ligera...hasta que el lejano repiquear del agua la hipnotizó. 


Caminó durante un buen rato más mientras escuchaba aquellos sonidos cada vez más cerca, allí a lo lejos parecían caer pequeñas gotas desde algun lugar inalcanzablemente alto.


Liz comenzó a correr, ya no sentía la fatiga y el cansancio de los dias pasados, tan solo una enorme libertad y curiosidad que le impregnaban.
Llegó a aquella gotera, parecían lágrimas de colores, cada una haciendo un sonido distinto al caer, cual notas musicales.


Ella avanzó y acercó una de sus manos para tocarlas...fue entonces cuando se hundió, como si a sus pies siempre hubiese habido un lago, bajó hasta las profundidades, asustada, reteniendo el aire de sus pulmones, y se desmayó...

De nuevo las voces, un pinchazo en el costado, una risa.
Abre los ojos, el sol la ciega, un niño la pincha con un palo y sale corriendo al ver que se incorpora, ella se mira, sus ropas han desaparecido, en su lugar la cubre tan solo una fina camisa blanca.


Se lleva una mano a la cabeza y poniendose de rodillas se acerca hasta el lago que le acaricia los dedos de los pies.
Se lava la cara y mira su reflejo, se ve distinta, le falta algo, se lleva la mano al pecho y se asusta...

-¡¿Dónde está mi corazón?!- Se revuelca por el pasto alejandose del lago, a lo lejos resuenan las carcajadas del niño.

-Se abandona todo antes de venir...¡Feliz nacimiento!- Aquel pequeño pecoso de cabello cobrizo y ojos negros vuelve a reir una vez más antes de salir corriendo hacia el enorme castillo que aparece a sus espaldas.

-Se abandona todo...- Repite ella antes de volverse a reflejar el agujero que ocupa el lugar de su antiguo corazón en el agua -De acuerdo entonces...bienvenida...nueva yo- Y se levantó camino al reino con el que había soñado tantas noches.

"Esto no es el final de nada, tan solo un nuevo comienzo"

Posibilidades

Había miles de formas de llegar al reino de lo absurdo, la más fácil, tomada por los soñadores, era la de dejarse llevar por los sonidos de Morfeo, y en la noche seguirlos cual flautista de Hamelin hasta el Anden 84 con parada en “Las mentiras”.
Al llegar allí, un hombre se acercó a Liz, el pobre caminaba cojeando del pie derecho, su pelo blanco denotaban su avanzada edad, y su mirada cansada y azul como los mares mostraba una infinita sabiduría, le tendió una venda y le hizo señas para que la colocara sobre sus ojos.
La muchacha así lo hizo, y entonces escuchó el tren en la lejanía.

-Cuando yo te diga…deberás saltar a las vías- dijo el anciano.

-¿Está loco? ¿Como piensa que le haga caso? ¿Quiere que me mate?- Ella se dispuso a desatar la cinta que cubría sus ojos cuando sintió la cálida piel del hombre contra su mano.

-Deseas olvidar todo esto… ¿no? Las lágrimas y las risas, el amor…y el odio….quieres conocer un lugar nuevo donde cambiarte por otra que sientas más cerca de tus sueños…- El anciano fue suavizando la presión que ejercía sobre las manos de ella y una solitaria lágrima quiso escapar del pañuelo que encarcelaba su mirada y recorrer su mejilla rauda y veloz hasta besar sus labios, sin embargo, Liz fue más fuerte.

-Si…eso es lo que quiero- Acertó a decir y en cuanto escuchó el tren lo bastante cerca…se lanzó a las vías sonriendo con sus últimos pensamientos aporreándole el alma.


“Este será el momento que recuerde, ahora es cuando nazco, en este instante tú desapareces y en la libreta que escribo con el nombre de mi vida guardo páginas en blanco para quien quiera compartirla"