La pequeña fue oliendo uno por uno cada recuerdo, todos ellos tenían un aroma distinto y único que la embriagaba acariciandola.
Algunos olían mal, a mentiras y corazones rotos, otros olían a risas y sexo, sintió la indecisión de llevarse un recuerdo más a parte del que ya tenía atado a su lazo púrpura, hasta que se le ocurrió una idea.
-Oh, ¡Ya se que hacer!- Sus ojos se alumbraron y sacó todos aquellos recuerdos que olían tan bien, apretandolos y mezclandolos hasta quedar una bola -Me llevo un conglomerado de momentos, un eterno recuerdo multifrutas...-
El hombre de la puerta se quedó asombrado unos instantes, jamás nadie había echo tal cosa, y dudaba de que fuese posible hasta que vio como en las manos de la pequeña se formaba una diminuta cuenta de color plata con forma de corazón y olor a felicidad.
-Está bien, eres libre de hacer con tus sentimientos y recuerdos lo que desees...ahora...Bienvenida a tu nuevo hogar...¿Cómo te llamas?-
Ella sonrió enormemente mientras se le alumbraban los ojos, colgó el corazón en su lazo púrpura y le miró.
-Mi nombre es Liz, ¿Y el tuyo?- Se recogió el pelo rojizo tras la oreja mientras elevaba la vista hasta el rostro del hombre que pareció sorprendido por la pregunta.
-Yo soy Leo, nunca antes me habian preguntado mi nombre...creí que lo olvidaría...- De repente el saco de los recuerdos se ensanchó y Liz miró dentro el nuevo recuerdo creado, ahí estaba el nombre de Leo, lo cogió y lo encajó en la cuenta de plata.
-Ahora eres parte de mi historia...Leo- Y sonriendo le dejó atrás, camino a lo desconocido.
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