Había miles de formas de llegar al reino de lo absurdo, la más fácil, tomada por los soñadores, era la de dejarse llevar por los sonidos de Morfeo, y en la noche seguirlos cual flautista de Hamelin hasta el Anden 84 con parada en “Las mentiras”.
Al llegar allí, un hombre se acercó a Liz, el pobre caminaba cojeando del pie derecho, su pelo blanco denotaban su avanzada edad, y su mirada cansada y azul como los mares mostraba una infinita sabiduría, le tendió una venda y le hizo señas para que la colocara sobre sus ojos.
La muchacha así lo hizo, y entonces escuchó el tren en la lejanía.
-Cuando yo te diga…deberás saltar a las vías- dijo el anciano.
-¿Está loco? ¿Como piensa que le haga caso? ¿Quiere que me mate?- Ella se dispuso a desatar la cinta que cubría sus ojos cuando sintió la cálida piel del hombre contra su mano.
-Deseas olvidar todo esto… ¿no? Las lágrimas y las risas, el amor…y el odio….quieres conocer un lugar nuevo donde cambiarte por otra que sientas más cerca de tus sueños…- El anciano fue suavizando la presión que ejercía sobre las manos de ella y una solitaria lágrima quiso escapar del pañuelo que encarcelaba su mirada y recorrer su mejilla rauda y veloz hasta besar sus labios, sin embargo, Liz fue más fuerte.
-Si…eso es lo que quiero- Acertó a decir y en cuanto escuchó el tren lo bastante cerca…se lanzó a las vías sonriendo con sus últimos pensamientos aporreándole el alma.
“Este será el momento que recuerde, ahora es cuando nazco, en este instante tú desapareces y en la libreta que escribo con el nombre de mi vida guardo páginas en blanco para quien quiera compartirla"
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