La pequeña Liz meditaba cada uno de sus pasos, nada más dar la espalda a la entrada se encontró de frente con un camino que parecía interminable, aun así no dudó un instante en que debía caminar hacia delante.
Pasaron las horas, caminando por aquel hermoso paraje lleno de árboles y grandes champiñones que engañaban a la vista con sus extraños colores, en cuanto pasó la tercera hora se sintió exhausta y viendo que aun quedaba mucho por delante se sentó en una enorme seta azulada de manchas rojas y comenzó a canturrear mientras se quitaba las zapatillas.
El hongo era cómodo, el aire fresco parecía acariciar su rostro con la mayor dulzura posible, y el embriagador perfume de sus recuerdos edulcoraba el ambiente cual la mejor de las colonias.
Siguió allí tumbada mucho rato, hasta que le entró un hambre voraz, e incorporandose buscó alguna fruta en los arboles que pudiese complacerla.
Allí, en aquel abeto de hojas corintas, colgaban unas estupendas manzanas de un azul brillante, la pequeña, aunque algo extrañada por el cambio de colorido en tan pintoresco paisaje estaba demasiado hambrienta para pensarlo dos veces, y a base de tirar piedras con forma de piedras (si, la forma más encontrada) calló una de las mazanas.
Ella se acercó, la limpió en la manga y se la llevó a la boca, pero justo antes de morderla se fijó en que tenía algo grabado.
"Verano"
Ella no lo entendió hasta que dió el primer mordisco...con sabor a mar, sol, lujuria, pasión, desesperación, algo de aburrimiento y muchas risas.
Un escalofrío la recorrió, recogió sus cosas y prosiguió su camino, ahora llenando su estomago de ricos momentos con sabor a Verano.
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